COLUMNA

Río Atoyac: El reflejo oscuro de nuestras omisiones

Por Patricia Ramírez Vázquez

La reciente clausura temporal de la planta siderúrgica Ternium por sus descargas contaminantes al Río Atoyac volvió a poner sobre la mesa un tema que por décadas ha sido ignorado: el deterioro ambiental provocado por la indiferencia de autoridades, empresas y sociedad. Aunque esta acción pareciera una muestra de justicia ambiental, es apenas una gota en un caudal de omisiones históricas.

El Atoyac, otrora fuente vital para la agricultura y sustento de las comunidades locales, es hoy uno de los ríos más contaminados de México. Desde la industrialización de las décadas de 1970 y 1980, cuando proliferaron fábricas textiles sin una regulación ambiental real, su cauce ha sido convertido en drenaje a cielo abierto. Lo que alguna vez fue símbolo de vida es ahora un espejo oscuro de complicidades, negligencias y apatía colectiva.

De acuerdo con la COFEPRIS, al menos 63 empresas de Puebla y Tlaxcala descargan sus residuos en el río. La cifra estremece, pero no sorprende. El problema, como se ha documentado, va más allá de una industria o una entidad. Es estructural. Son décadas de permisividad institucional, de marcos legales débiles y de una ciudadanía poco informada o desinteresada.

El caso Ternium ha cobrado relevancia mediática por ser una empresa de gran escala. Sin embargo, no es la única ni la primera en contaminar el Atoyac. En 2025, la PROFEPA argumentó no sólo la falta de permisos, sino también la existencia de intereses políticos detrás de la demora en sancionar. ¿Cuántas empresas más operan bajo esa sombra de impunidad?

Las autoridades han firmado múltiples convenios, como el acuerdo entre Puebla y Tlaxcala para el saneamiento del río. Pero en la práctica, estos compromisos suelen quedarse en el papel. Basta recorrer las orillas del Atoyac para constatar que las descargas siguen, que los olores nauseabundos persisten, y que las aguas negras corren sin freno.

La contaminación del Atoyac no es solo un tema ambiental: es también una crisis social y política. Afecta la salud de miles de personas, compromete la seguridad hídrica y profundiza la desconfianza ciudadana hacia las instituciones. Sanear el río requiere más que clausuras simbólicas o campañas de limpieza una vez al año; necesita voluntad política, vigilancia ciudadana y, sobre todo, responsabilidad empresarial.

En este panorama, la prensa y las redes sociales juegan un papel crucial. Han servido como plataformas de denuncia y visibilización. Publicaciones como las que circularon en Facebook e Instagram recientemente sobre la clausura de Ternium o el estado actual del río generan conciencia, especialmente entre los jóvenes, quienes pueden convertirse en los agentes del cambio.

Pero la información por sí sola no basta. Es hora de traducir la indignación en acción: exigir a las autoridades transparencia y resultados, vigilar el cumplimiento de las normas ambientales, presionar a las empresas para que adopten tecnologías limpias y fomentar una cultura de respeto al agua desde la educación básica.

El Atoyac puede volver a ser un río vivo, pero no será por decreto ni por campañas de relaciones públicas. Será gracias al compromiso colectivo, sostenido y genuino de todos los actores sociales. Cada litro de agua limpia será el resultado de decisiones éticas, políticas firmes y ciudadanía activa.

Porque la historia del Atoyac no tiene por qué terminar mal. Aún podemos cambiar el final.

Cambiarlo implica reconocer que este río no está solo contaminado por desechos industriales, sino por décadas de indiferencia. Es necesario que las promesas de saneamiento se conviertan en planes medibles, fiscalizables y con plazos definidos. Que la supervisión ambiental no dependa del escándalo mediático, sino de políticas preventivas constantes. Y, sobre todo, que se castigue a quienes lucran con la salud pública, sin importar su poder económico o político.



REPORTAJE

 Atoyac: el río que envenena a Puebla en cifras


Más de 2 millones de personas viven en zonas de influencia del Atoyac.

  • 63 empresas identificadas como contaminantes activas (COFEPRIS, 2025).
  • Estudios recientes indican presencia de metales pesados como plomo y arsénico por arriba de la norma.
  • Solo el 25% de las descargas industriales están debidamente tratadas.
  • El 70% de la población cercana sufre enfermedades dermatológicas o respiratorias relacionadas con el agua.
  • Gráficas de la calidad del agua en tramos del río (fuente: Programa Rector del Gobierno de Puebla, 2018).

Conclusión: El Atoyac es un caso emblemático de cómo el desarrollo sin regulación ambiental afecta la salud y el futuro de millones. Los datos demuestran la urgencia de actuar.

By

Patricia Ramirez Vazquez.


rmrzpaty533@gmail.com

Tel: +52 222 739 2503


Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Facultad de Ciencias de la Comunicación

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